En estos días de principios de verano, y después de lo recordado en San Juan, y por lo último leído, me hace retrotraerme a otra época, a los años de niño, en verano, en el pueblo.
La verdad que ya desde muy niño, mis padres me enviaban a Siruela, con mis abuelos maternos, y me pasaba 3 meses disfrutando de la compañía de mis abuelos, de mis amigos, y de la naturaleza que te puede ofrecer la Siberia Extremeña, amarillenta salpicada de encinas y olivos verdes en verano, y diferentes tonalidades de verde en primavera.
Recuerdo como la mayoría de mañanas me iba con mi abuelo, a eso de la 5 de la mañana, a la huerta que teníamos a unos 3Km del pueblo, un vergel en la falda de la sierra, donde mi abuelo cultivaba distintos tipos de frutas y hortalizas, para la subsistencia en el día a día de la vida en el pueblo. Sobretodo recuerdo esos melones y sandias, que cuando volvíamos de la huerta almacenaban mis abuelos en la cámara o doblao.
La vida era especial en esos tiempo de tranquilidad y aprendizaje, me acuerdo muy bien de las siestas que me pegaba en un camastro que mi abuelo me tenia preparado entre dos árboles, a modo de tumbona, en la huerta de arriba, la mas pegada al peñón, para que me tumbase nada mas llegar y después esos almuerzos siempre acompañados de un buen moje de tomate, pero de tomates de los que sabían a tomate.
En fin los días pasaban entre las mañanas en la huerta y las tardes con los amigos, correteando y jugando por esas calles blancas, o en la piedra lisona, una roca lisa y empinada, que a base del desgaste del tiempo y de los niños que por ella nos habíamos tirado, a modo de tobogán desde la época de mis padres y quien sabe si antes también, en fin los años pasaban y el radio de acción donde podía o no jugar se iba ampliando e incluso las salidas nocturnas, con las típicas gamberradas telefónicas a cobro revertido, o picando a la puerta falsa de la casa de la estanquera, o los intentos de ir al cementerio o de acercarse lo máximo que el miedo te permitía.
Conforme me iba haciendo mayor, mi estancia se iba acortando, pero merecía la pena, ya que a parte de compartir la niñez con gente increíble, y aprender mucho de ello, fue donde di mis primeros pasos en muchas cosas los primeros amores, las primeras borracheras, las fiestas, los toros en septiembre y en muchos sitios, como las discotecas o bares, algo que no se olvida, aunque la vida pasa y conoces lugares que te roban el corazón pero no te hacen olvidar de donde vienes, cuales son tus raíces.
Calles blancas, noches estrelladas, mañanas de huerta y tardes de salto a las albercas, campos de cebada, encinas milenarias y olivos verdes y grises, dulces de las monjas y cañas en Merchán, días de peña, Alioli, por supuesto, amores que nunca duraron y experiencias que siempre quedaron, aprendizaje y repaso veraniego, con vacaciones Santillana, de meriendas con nocilla y salidas con bicicleta a cualquier lugar, para hacer cualquier recado y aventuras veraniegas en el estanque o en la ermita, y como olvidarme del agua de la Viga, así se resumen años de niñez y adolescencia, vivida feliz y llena de valores, y todo ello en tierra de conquistadores, en la tierra de mis padres, en la tierra de mi familia.
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